Una c Comunidad intercongregacional en un barrio de
Madrid
La opcion"inter" es una respuesta a las
necesidades de nuestro mundo
En el corazón del madrileño barrio de Lavapiés, tres
mujeres de diferentes congregaciones, viven y conviven con los demás vecinos,
en un intento por experimentar la plenitud de la Fe en el Resucitado y
aventurar nuevos caminos para la vida religiosa.
Pepa Torres, Apostólica del Corazón de Jesús, nacida en Madrid hace 48 años; Maite Zabalza, Dominica de Pamplona, de 49 años; y Marlén Martínez-Otero, Ursulina, natural de Oviedo que ha cumplido los 60, componen esta particular comunidad religiosa que, aunque podría calificarse como «de barrio» o «de inserción», ellas prefieren denominar directamente como «Comunidad Interlavapiés», por su deseo de tejer comunidad desde la diversidad en la cotidianidad de este barrio. Una diversidad, que según Marlén, te seduce, te atrapa, y te reta a ser y hacer comunidad desde el desafío de lo intercultural. Las diferencias no tienen por qué ser un obstáculo para la fraternidad, sino su posibilidad.
Lavapiés
se ha convertido en un barrio multicultural y semillero de todo tipo de
iniciativas sociales. En este lugar –que en su día fue refugio de obreros,
modistas y cigarreras – se dan cita vecinos de toda la vida, recién llegados en
busca de una vida más bohemia, inmigrantes de más de 170 nacionalidades,
activistas de un sin fin de movimientos sociales y artistas alternativos.
Hace
casi cinco años, al principio de venir a vivir a este lugar –cuenta Pepa Torres– me gustaba decir
que Lavapiés era un “lugar político” hoy prefiero referirme a él cómo un lugar
de amor. De Lavapiés te atrapa su libertad, pese a la presencia policial casi
constante, y las redadas masivas cotidianas. El barrio y sus habitantes son
un torrente de canto y llanto, de sueños y esperanzas, a veces rotos por la
perversión de las leyes del mercado y de extranjería, y casi siempre vueltos a
ponerse en pie con cada amanecer gracias a la amistad y el tejido social
alternativo mestizo. Una red entrelazada por muchas gentes, en escenarios, como
un «cus-cus» (comida típica marroquí) compartido, la toma de una plaza durante
una protesta o una fiesta por la lucha de los manteros por el indulto o la
despenalización.
En
Lavapiés también habita el amor, coinciden en señalar sin pudor las tres
mujeres. Las convicciones, el equipaje ideológico por bueno que sea, no valen
por sí mismas para sostener los proyectos personales y comunitarios. Hacen
falta vínculos amorosos y relaciones de cuidado mutuo. Este es un lugar, como
tantos otros, que hace recordar que el amor cristiano, o es también político o
la universalidad de su Buena Noticia queda domesticada.
La
opción “inter” no es algo casual,
continúa diciendo Marlén, es una corriente que está emergiendo con
hondura y fuerza, aunque escasa en número, en la vida religiosa femenina. En
España hay cuatro comunidades intercongregacionales. En algunas de ellas
participan otras compañeras de nuestras congregaciones. Lo “inter” no es una
moda, ni un esnobismo de unas cuantas “monjas raras”, es un modo de seguir
dando respuesta al grito de los empobrecidos y empobrecidas hoy en nuestro
mundo.
Pepa
completa que la opción por lo inter es una opción de todo el cuerpo
congregacional, que necesita gente dispuesta a llevarlas a cabo. Nosotras nos
sentimos, desde la propia búsqueda del proyecto en los momentos iniciales hasta
hoy, muy acompañadas y cuidadas por nuestras congregaciones.
Hoy somos nosotras quienes formamos parte
de este proyecto, pero mañana pueden ser otras compañeras. Maite, que ha estado viviendo más de15 años en
Vallecas, la mayoría trabajando en los Servicios Sociales como educadora
social, conoce bien lo que es vivir en un barrio desde la perspectiva de los
más invisibles. Sin embargo afirma que siempre me sorprende el modo
colectivo que tiene la gente de este barrio de afrontar sus problemas, la
fuerza de los imprevistos y el milagro de lo comunitario y la organización
colectiva en la vida.
Marlén
relata que un día cualquiera se amanece con una llamada telefónica
urgente porque han detenido a algún amigo, vecino, por no tener papeles y
cambian los planes para poder ir al juicio, al Centro de Internamiento de Extranjeros,
o lo que sea y terminas el día con una cena-fiesta en casa porque alguien ha
conseguido la residencia o es el cumpleaños de su hija en Senegal y lo quiere
celebrar con nosotras, pone como ejemplo la pamplonica.
Las
religiosas se sienten arropadas. Su ser y hacer comunidad tiene unos principios
irrenunciables: casa y mesa abierta, hospitalidad, amistad y luchas por los
derechos. «Desde ahí, se nos regala la experiencia de Dios que toma el
rostro, la piel, la palabra, el grito, la risa, de nuestros hermanos migrantes,
apunta Maite.
Para
nosotras es fundamental la dimensión espiritual de la vida, insiste Pepa, entendemos que la
espiritualidad es un modo de ser, de estar, de vivir, de relacionarnos desde la
hondura del misterio que habita lo humano y el cosmos. Un modo que nos lleva a
vivir sin hacer compartimentos estancos entre lo sagrado y lo profano, lo de
dentro y lo de fuera, la calle y la casa, la misión y la comunidad, el trabajo
y las relaciones, el ser y el hacer, lo místico y lo político. La
espiritualidad está mas allá de las fronteras que establecen las religiones,
matiza Marlén, por eso nosotras damos mucho valor y cuidamos con esmero
los espacios de oración y de lectura creyente en nuestra vida, como un modo de
descubrir las huellas del Resucitado, en el espesor de lo real y de escuchar
sus exigencias desde lo cotidiano . En este sentido, añade
Maite, la diversidad de nuestras tradiciones espirituales y carismáticas nos
ayuda mucho.
Algo
que está siendo una experiencia muy nueva y refrescante en sus vida son los
encuentros espirituales que han empezado a celebrar con mujeres muy diversas,
marroquíes, banglas, católicas, ortodoxas y agnósticas. Son unas 12 mujeres,
con mucha complicidad, que el pasado 8 de Marzo cayeron en la cuenta de que compartían
muchas luchas y ámbitos de formación, pero que carecían de un momento donde
compartir y celebrar sus motivaciones más hondas, desde nuestras diferentes
tradiciones espirituales o humanistas.
El
primer encuentro lo celebraron en torno al simbolismo de la «mujer de luz»,
como la fuerza femenina que las sustenta y orienta en el camino de la vida.
Buscaron lenguajes y símbolos inclusivos para terminar siempre esta experiencia
en torno a la mesa con «comida del mundo». Nuestra vida, explica
Maite, está llena de este tipo de pequeñas grandes cosas, de gestos muy
sencillos que nos ayudan a vivir y a tocar con la punta de los dedos algunas
experiencias de que el “reino” se va dando y que la fraternidad y la
convivencia en diversidad es posible pese la violencia del sistema y la crisis
que nos golpea con tanta dureza.
En
medio de la dureza nacen también pequeñas iniciativas de apoyo mutuo y
autogestión por parte de las mujeres inmigrantes como es el Proyecto «Bizcocho
anticrisis», con una red de consumidores formada por más de 50 personas
y que está permitiendo a estas mujeres facilitar la autonomía económica y
afrontar la crisis, en palabras de Marlén. Son pequeños brotes que
hablan de la fuerza de la solidaridad y el poder de las redes, expresa la
religiosa ursulina.
La
mala situación económica afecta en primera persona a esta comunidad, dos de los
tres miembros de la comunidad han sido despedidas recientemente. Maite forma
parte de los casi 150 educadores y educadoras sociales que el Ayuntamiento de
Madrid ha resuelto liquidar de un plumazo para ahorrar presupuesto, «en esa
lucha también andamos», dice la dominica, con indignación. A Marlén, que hasta
ahora trabajaba en la revista «Alandar» se le ha acabado su etapa allí y se
encuentra también sin trabajo.
Pepa,
Maite y Marlén están también muy identificadas con las organizaciones del
barrio y los movimientos sociales alternativos. Desde el inicio de nuestra
llegada a Lavapiés, comenta Pepa, el acercamiento a los movimientos sociales
del barrio ha sido uno de los objetivos prioritarios, tuvimos la suerte de
estar en la génesis de algunos de ellos, como «La Red Ferrocarril Clandestino»,
Red de apoyo mutuo contra la precariedad y las fronteras, «La Asociación Sin
Papeles» y «Territorio Doméstico». Hoy son mucho más que un espacio de
militancia, son sus amigos y amigas, y la comunidad más amplia a la que se
sienten unidas.
Entre
otros proyectos en los que participan se cuenta El Centro de Acogida y
Encuentro «San Lorenzo», una iniciativa arciprestal de la Delegación de
Inmigrantes de Madrid, ubicado en el barrio desde hace más de 20 años; y el
Proyecto de formación de Lideresas Interculturales. Al hablar de este último
proyecto a las tres se les iluminan los ojos: se trata de un proyecto en
colaboración con la «Agencia de Igualdad» y con «Colectivos de mujeres» del
distrito en el que mujeres de diversas nacionalidades se forman juntas para ser
animadoras de los otros grupos de mujeres y acompañar los primeros pasos del
proceso migratorio de las recién llegadas. Se forman desde una clave
intercultural y de género. «Es un proyecto precioso, un intento de descolonizar
los feminismos», afirma Pepa.
«Somos conscientes que Lavapiés y sus gentes son una
realidad de frontera, fuente de vida, de utopía y esperanza, pero también de
sufrimiento, de injusticia, de impotencias y desgarros. Reconocemos también que
el seguimiento de Jesús es “tensional” y que sólo desde las motivaciones más
hondas y pasando por el Evangelio y el corazón la intensidad de la vida que se
nos ofrece podemos vivir con fecundidad y alegría y a largo plazo», dicen estas
tres mujeres en la entrevista en respuesta a uno de los correos electrónicos
intercambiados, durante la elaboración del artículo. Ojala, por muchos años,
hermanas.
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