Respondiendo a un deseo que en mí
crecía desde muy niña, llegué a
Cafayate, un pueblo situado en los Valles Calchaquíes argentinos, en la
provincia de Salta. Pueblo al que desconozco si volveré, pero del que no dudo
que por siempre me acompañará, pues tiene un merecido lugar en mi corazón tras
dos meses de estadía. Me llamo María y formo parte del grupo de Voluntariado
Misionero, al que me siento inmensamente agradecida, ya que ha sido un
importante aliento e impulso para dar este paso.
A mi llegada a Argentina, como si de mi familia se
tratara, fui acogida por la comunidad de hermanas con quienes compartiría
aquellos meses: cuatro Agustinas Misioneras que, con su carisma y su ejemplo de
vida, me mostraron que mi permanencia allí era lo que Dios disponía para mí
este verano.
Fascinada por todo lo que me rodeaba e impregnándome
de lo que en tan poco tiempo tan intensamente estaba viviendo, en pocos días
gracias a su gente comencé a sentir Cafayate como mi hogar. Así, fui conociendo
mis nuevas tareas, puesto que los días laborables permanecí en la Escuela
Albergue San Agustín, colegio en el que, situado en un paraje a escasos
kilómetros del pueblo, las clases finalizaban a media tarde mientras algunos de
los chicos allí se hospedaban entre semana. Días aparentemente agotadores, sin
embargo ¿quién recordaría el cansancio cuando la recompensa eran grandes
sonrisas que iluminaban caras de ojos profundos que delataban duras historias,
las cuales no impedían que las muestras de cariño fuesen constantes? Sus niños
hicieron de cada día una nueva lección de vida, enseñanza de humildad y candor,
mientras que los docentes y demás personal de la escuela me hicieron
experimentar el verdadero significado de la palabra compañerismo. Entretanto,
los fines de semana y días de feriado transcurrían siendo compartidos con las
hermanas y con distintas personas y jóvenes del pueblo y de la parroquia.
He llegado habiendo conocido y sintiendo que por
siempre tendré presentes a bellísimas personas que rezuman sensibilidad y que a
cada paso revelan la misma realidad que nos trasciende y que a mí me llevó a
acabar allí. Todos y cada uno de ellos han contribuido a dar un vuelco a mi
vida; pues no es lo mismo conocer, saber lo que ocurre en aquella realidad que
experimentarlo, que sentirlo, compartirlo y vivirlo.
María
Álvarez Martínez
Voluntariado
Misionero
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