jueves, 21 de noviembre de 2013

Experiencia Misionera en Marruecos

Este post muestra la experiencia misionera de un grupo de jóvenes este verano en Marruecos.

Pasaron unos 20-25 días en tierras musulmanas compartiendo la vida de sus gentes, su vida, su cultura... y muchas anécdotas.


Sonia Vidal

Cualquier día de tu vida es bueno para dar de ti a los demás. Pero si es de verano, en Marruecos y con un grupo de 18 jóvenes con las mismas inquietudes que tú, aquello mejora aún más. Así me embarqué en esta aventura cuyo objetivo final no era más que el de compartir. ¡Ah! y el de sacudir prejuicios, faltaría más.




El avión aterrizó en el aeropuerto de Tánger, aunque parecíamos no haber salido de Occidente, pues todo parecía indicar que seguíamos allí. Pero tras romper esa imagen- burbuja y estereotipada empezamos a vivir la realidad marroquí. Cada paso que uno da en este precioso país queda absorto, impresionado, asustado, entusiasmado… En 12 días allí te acaban faltando adjetivos. Pero, ¿no es eso lo más bonito de hacer un viaje?


Un taxi compartido con otros cinco de nosotros mas el taxista, un total de siete pasajeros, nos llevó hasta Tetuán, no sin antes observar la moda marroquí y sus conjuntos, comer sin servilletas ni cubiertos o ser testigos de lo que podían haber sido en España 30 accidentes de tráfico.
Una vez superadas las primeras impresiones llegamos a la casa de los franciscanos en Tetuán. Ese iba a ser el escenario diario de nuestros miedos e impresiones, iba a ser nuestra casa, y allí nos esperaban el resto de compañeros, los que ya llevaban casi 10 días poniendo todo de ellos mismos en manos de los demás. Ahora nos tocaba a nosotros.

Creo que mi vivencia en Marruecos ha sido la más intensa y reconfortante de mi vida. Cada minuto allí me permitió aprender algo nuevo, de la vida, de las personas, de mí misma. Por eso, a veces, creo que ha sido un viaje de lo más egoísta, creo que me he llevado mucho más de lo que he podido dejar allí. Pero quizá sólo sea una sensación. Si hoy me paro a recordar… sí, sólo recuerdo sonrisas. Voy a pensar que eso lo conseguimos nosotros, nuestra energía, nuestras ganas, nuestro tiempo, nuestras manualidades y clases de español, nuestra conversación en el asilo, nuestra paciencia en la Medina, nuestros brazos en Tánger. Nuestra predisposición de primera a última hora del día.

Eso sí, si todo aquello funcionó no fue más que gracias a las ganas y al esfuerzo que cada día ponían los niños, y los no tan niños, en asistir a las actividades, en aprender, en escuchar y en abrirse a nosotros, esos desconocidos que llegamos en agosto para dejarles 12 días después. Porque ellos siguen hoy en Tetuán, Tánger o Martil, con su realidad y sus dificultades, siguiendo adelante con mucho menos que nosotros en cada una de nuestras casas, en cada una de nuestras vidas.

Si alguien me preguntara hoy con qué me quedo de mi experiencia de voluntariado en Marruecos no podría contestar con algo concreto. Sólo diría: “Vive algo parecido, y luego intenta tú responderme”.




Ana

Llegue a Marruecos con mucho intriga de si sería capaz de hacer lo que se me había pedido.

Rápidamente me adapte y aunque al principio me parecía imposible al final fue algo impresionante.


Pude ver todas las misiones que había pero sin duda me quede con la biblioteca porque para mí todos los días era una aventura nueva, ya que no sabías con que te encontrarías al día siguiente.


Me encantó la experiencia y he podido ver que aunque no te puedas comunicar acabas conectando con la gente y ver la alegría de esos niños con las experiencia de vida q muchos de ellos llevan a sus espaldas.





Esther

Resumir con palabras una experiencia voluntaria, es prácticamente imposible,  
porque lo que realmente te traes a casa son sentimientos, miles de sensaciones, que son muy difíciles de describir.

De todo lo vivido en las dos semanas, me gustaría hablar de un momento que viví en Diza, lugar donde impartíamos clases de español.



Los niños que asistían todos los días estaban muy implicados y tenían ganas de aprender. A muchos les daba vergüenza hablar en público en un idioma que no era el suyo, pero un día, una niña pequeña, que nunca hablaba, nos sorprendió cuando propusimos hacer un teatro y ella sola creo su dialogo y participo con sus compañeros. Puede que parezca algo simple, pero nos sentimos tan felices ante esta situación, que aún hoy la recuerdo con cariño.

Como reflexión de todo lo vivido allí, reconozco que me sirvió para conocer mucho más cuales son mis carencias y mejorarlas.



 

Ignacio 

Descendemos por la escalerilla del avión y una bofetada de aire caliente nos golpea la cara...ya estamos en Marruecos. Es 18 de agosto y por delante nos esperan dos semanas de aventura en un país en el que todo es diferente...Bueno, todo no, porque allí también tienen las mismas carencias, necesidades, desigualdades y penalidades que se pueden encontrar aquí en España, o en cualquier otro lugar del mundo. La principal diferencia radica quizás en que allí son bastante más evidentes y marcadas que aquí.
Nuestro grupo se distribuyó entre  la biblioteca de Martil (antiguo Río Martín), el asilo (antiguo hospital español) y la medina de Tetuán; y en Tánger, entre las Calcutas y Casa Nazaret (Cruz Blanca). Después de conocer la realidad que se vive en cada uno de estos lugares, tuve la fortuna de poder dedicar la mayor parte del tiempo a compartir con los Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca la magnífica labor que ellos realizan durante todo el año, con la colaboración de los voluntarios en épocas como el verano u otros periodos de vacaciones, o sólos (los tres hermanos y el personal laboral) cuando los estudios, trabajos, etc, no permiten disponer de grupos de voluntarios.
Los voluntariados que había realizado en ocasiones anteriores siempre habían sido en el ámbito de la discapacidad intelectual por lo que sentía cierta seguridad a la hora de afrontar esta nueva experiencia.
Si bien el entorno cambiaba completamente al que yo conocía, puesto que no existe en aquel país ninguna organización ni ayuda de carácter estatal para las personas que sufren discapacidades de este tipo (sí para la discapacidad física), hay algo que desde el primer minuto me hizo sentirme de nuevo en casa: las mismas sonrisas, los mismo gestos de cariño, la misma felicidad que he encontrado otras veces en otros lugares. Qué gran verdad es esa de que alguien que sólo conoce amor, ternura, respeto y cariño, pese a sufrir carencias tan importantes como las que suponen una discapacidad intelectual, sólo sabe dar lo que recibe, incrementado exponencialmente. ¡Qué alegría cada mañana al llegar desde Tetuán, después del correspondiente viaje en alguno de los destartalados autobuses de línea, como el de la empresa "El Sol" (tal cual, en español), y encontrarse con las sonrisas, abrazos, besos y babas de cariño de los "chicos."!
Cada mañana la dedicábamos a hacer algo que para nosotros es tan habitual en verano como puede ser dar un paseo o ir a la playa. Pero esta vez cualquiera de estas cosas se convierte en algo muy especial...
El paseo por la medina de Tánger (el centro histórico y turístico de la ciudad) era de los momentos más agradables para todos. Poder recorrer esas calles estrechas y serpenteantes, en las que a cada paso una cara amable nos sonreía y saludaba, agradecidos por la labor que en la mayoría de los casos sienten debieran realizar ellos mismos...una barra de pan que uno de los chicos tiene a su alcance y zas! La señora de la tienda, sonriente, se la regala... Se respira humanidad...
Ir a la playa (que se parece más al desierto del Sáhara, por cantidad de arena y anchura, cuando tienes que llegar a la orilla tirando de una silla de ruedas) es otra de las actividades más divertidas. El agua del Estrecho no está tan fría cuando te bañas con Alami o Tahiri.
Y después de tanto ejercicio se nos abre el apetito a todos, así que ¡a comer! Algunos tardan un poco más que otros, pero como la comida que nos preparan en Casa Nazaret está tan rica, no se deja nada en el plato.
Las tardes son más relajadas, y después de una merecida siesta para los chicos (nosotros a veces también nos la merecemos...), las dedicamos a hacer manualidades con plastilina, o con sal y tizas de colores, a dibujar, talleres de música e incluso jugar a las damas (bueno, Hussein juega, y gana, yo...lo intento).
Y así se pasaron las dos semanas volando...nos dió tiempo además a visitar la Catedral de Tánger, donde un hermano mexicano nos recibió con mucho cariño y simpatía; a tomar algún té junto al Palacio que el Rey Mohamed VI tiene en Tetuán; a hacer algunas compras y conocer las callejuelas de la medina de Tetuán...y sobre todo, a compartir durante la cena nuestras experiencias diarias con el grupo tan estupendo que hemos llegado a formar, y a dedicar el final de la jornada a la oración y encuentro con el Señor, verdadero "motor" que nos mueve y alienta a seguir adelante, porque, como creemos firmemente todos los que allí estuvimos, "otro mundo es posible".





Sara

La primera vez que fui a Marruecos tenía 17 años y muchas ganas de cambiar el mundo. Creo que no me equivoco si digo que cuando decidimos iniciar nuestro primer voluntariado es la idea por la que nos lanzamos.

Creo que no me equivoco tampoco cuando digo que la mayoría salimos con la sensación de no haber cambiado nada, y que si algo ha cambiado allí hemos sido nosotros mismos.
Este año me he llevado muchas cosas de marruecos, me llevo muchos momentos y me llevo sobre todo mucho aprendizaje. Aprendizaje de otra cultura y otra realidad, aprendizaje enorme de las personas que te rodean, de descubrir aspectos de tí mismo y de cambiar radicalmente tus prioridades. Podría contar mil cosas más que he aprendido pero uno no llega realmente a entenderlo hasta que lo vive, por eso creo que cualquiera que tenga una mínima inquietud debería lanzarse a vivir algo como esto y ni siquiera hace falta salir del país para encontrar donde echar una mano y dejar que te la echen.

El último día, mientras andábamos por el paseo marítimo de Tánger con chicos de la cruz blanca, Susana me dijo que si no hubiéramos estado el número de voluntarios que estábamos aquel día, los chicos no podrían haber ido a dar el paseo. Ese día había estado a punto de no ir a Tánger y me di cuenta de lo necesarios que somos, porque aunque a veces pensemos que nuestra aportación es tan pequeña que no va a cambiar nada, es de verdad necesaria.


Llevar a hussein del brazo, escuchar los chistes de Gaspar en el asilo, cantar y pintar con los niños de martil, guiñar un ojo o dar un buen abrazo son acciones muy muy pequeñas, pero las que hoy hago yo y mañana haces tú van formando algo más grande, vamos formando pequeña pero importante parte del cambio.





Fátima

Fue una experiencia impresionante, no la cambiaría por nada. Fueron nueve días los que estuve, y cada día, hacíamos alguna actividad diferente. Algunos días fuimos a Tánger, a cruz blanca: un centro de discapacitados. Es cierto que al principio te podían impactar un poco, pero según se te quitaban esos “prejuicios” y te acercabas más a ellos, te recibían y te regalaban mil besos y sonrisas, ya solo por eso merecía la pena ir, porque aunque ellos después no se acuerden de ti, el hacerles compañía, sacarles a pasear y ver que disfrutan y se alegran cuando estas con ellos, hace que todo haya valido la pena, incluso a mí me da la sensación de que me llevé mucho más a casa de lo que pude yo aportarles.

Otra actividad que me encantó fue la de Medina y Martil. Consistía en estar con niños de esas ciudades, muy pobres o incluso de la calle. Hacíamos manualidades, jugábamos con ellos al fútbol, al pañuelo, a las sillas, bailábamos… y ver que se divertían y que les sacabas un poco de su rutina habitual igualmente te llenaba muchísimo, incluso te da que pensar, te hace valorar más las cosas y a mí sobre todo a la familia.

También fuimos a un asilo de ancianos españoles que estaban solos en Marruecos, yo pensé que no disfrutaría tanto como de las demás actividades, pero la verdad que me sorprendió, me gustó mucho escucharles, tanto los chistes de Gaspar que nadie entendía pero que te reías igual, como de las historias de los gemelos o las canciones de Rafaela. También me divertí mucho jugando al parchís o ayudando a una monja de allí a cortar el pelo a Rafaela.
Sin duda Marruecos fue inolvidable estoy segura que si me dan la oportunidad de repetir no me lo pienso dos veces y vuelvo.




Jesús

He podido compartir este verano la experiencia misionera con un grupo de gente y mi mujer Leticia en Marruecos. La verdad que fue un tiempo estupendo.

Pasamos una semana antes, de unirnos al grupo, con la familia marroquí de una compañera de trabajo de Leticia. Una grata experiencia.

Gracias a ese tiempo, aparte de aprender palabras en árabe, pude meterme de lleno en la cultura y comprender muchas cosas que me ayudaron a sentirme "integrado" y de un modo inmerso. De otro modo creo que mi experiencia habría sido bien pero bien diferente. Comprendí muchas cosas de la religión que profesa dicho país: El Islam. Aunque es cierto que muchas cosas no las puedo compartir con los ojos de Occidente, pero si las respeto e intento entender... o quizás ya he llegado a entender.

Después de esa semana estuvimos en Tetuan con el grupo de voluntarios de Boa Xente y Boa Noite. Durante los primeros días vimos todos los voluntariados todos las labores; aunque todos me gustaron, yo tenía claro cual quería: La Residencia que hay en el Hospital Español de Tetúan.

La experiencia en la Residencia ha sido muy gratificante. Realmente intentamos hacer un montón de cosas con ellos en el tiempo que estuve; pero final la compañía fue lo que realmente hizo que los españoles que viven allí tengan algo más que hacer en su día a día. Disfrutamos de todos ellos. Las conversaciones con los hermanos ciegos. Dando de comer a Jadusa. Los buenos ratos con Rafaela, sus conversaciones, sus canciones y confidencias. Y muchas cosas más.



Creo que ha sido una magnifica experiencia en la que he conocido una cultura, un mundo nuevo y gente estupenda de la que se puede aprender muchísimo. A pesar de las diferencias culturales. He aprendido un montón y creo que he dado todo mi cariñó a todas las personas que he conocido. Pero realmente he recibido el 100x1 de cada uno de ellos. Y día a día lo voy recordando y dando gracias.

Aplico a mi vida todo lo aprendido. Espero poder enseñar algún día todo lo aprendido a quien lo necesite.











Olga

No se pueden describir todos los sentimientos que se despiertan en mí cada vez que me acuerdo de Marruecos, porque cada detalle me recuerda a algo vivido allí, a alguna de las muchas personas que he conocido o a alguno de los lugares en los que he estado.
Podría empezar diciendo que literalmente, ha desmontado cualquier tipo de prejuicio que pudiera llevar a la ida sobre esa cultura. Al principio cuando se nos acercaban para ayudarnos en cualquier cosa o para guiarnos siempre pensaba: “me van a timar” o “me van a engañar”; sin embargo cuando ves que realmente esa gente iba de forma desinteresada a regalarte su tiempo o a compartir contigo hasta lo más mínimo que tuviera me sentía hasta culpable de haber pensado mal en un principio. En mi caso me han dejado anonadada, quizá porque aquí ya no estamos acostumbrados a tanta hospitalidad porque cada uno va más a lo suyo. Como anécdota que refleja esto muy bien, por ejemplo, una señora que se paró a ayudarnos como traductora árabe-español en el mercado, sin nosotras pedírselo, e incluso se ofreció a acompañarnos en el resto de nuestras compras; o un tendero que al verme cansada sentada en un escalón al lado de su tienda, esperando a que varios compañeros terminaran de comprar, me sacó un pequeño taburete. 
En cuanto a la experiencia de voluntariado también empecé y acabé con dos visiones totalmente diferentes. Yo tuve la gran oportunidad de estar en la Cruz Blanca, con los chicos con discapacidad, y reconozco que el primer día que llegué, bueno más bien los primeros minutos en que me encontré de frente con todo, fueron complicados y pensé que muy a mi pesar no iba a ser capaz de afrontar ese trabajo todos los días. Sin embargo no necesité más de unas horas con ellos para cambiar radicalmente y darme cuenta de que no sólo no es que no fuera capaz de estar allí, si no que más bien ese era mi sitio, el sitio en el que Dios querría que estuviera. El día a día con ellos y con los hermanos era más o menos darles un paseo, ayudar a darles de comer, pasar tiempo con ellos por la tarde, y colaborar en todas las tareas de la casa que fuese necesario. Es verdad que no son chicos que te puedan agradecer tu compañía de igual forma que lo puede hacer un niño de la medina o uno de los niños con los que hacían manualidades en Martil; pero para mí sólo el gesto de ver que al día siguiente me reconocían, se acordaban de mí, y que con el paso de los días podía reconocer pequeños gestos de alegría en sus caras y en su forma de relacionarse conmigo, ya me llenaba de sobra para no darme cuenta si quiera de las babas, o de los pequeños arañazos involuntarios o de que no pudieran comunicarse conmigo de forma normal.
Me llevo muchísimos momentos con ellos, que también han aportado su granito de arena para desmontar todos esos prejuicios de los que hablaba al principio. Iba dando un paseo por la calle con Faisal o con Ishan y ver cómo la gente de la calle los iba saludando a todos, les daba la mano a veces (incluso cuando se la acababan de meter en la boca), si cogían algo de algún puesto incluso se lo regalaban sin poner mala cara siquiera, siempre con una gran sonrisa; incluso preguntar a veces por alguno de ellos si no había salido ese día de paseo, por ejemplo Ahmed que era el que iba siempre saludando a todo el mundo; o estar subiendo yo una de esas grandes cuestas de Tánger llevando una de las sillas de ruedas y un hombre mayor al ver que me costaba trabajo, por iniciativa propia, vino a ayudarme el resto del camino, dejando a un lado su trabajo. Y como estas anécdotas podría contar infinitas.
Son cantidad de detalles que hacen que te des cuenta de que lo realmente valioso no es nada material, que allí la gente, la gran mayoría, no tienen grandes cosas, pero lo más pequeño que pueden ofrecerte te lo dan, como puede ser su ayuda sin tu pedírsela (cosa que cuando estás en un sitio que no es tu casa ni tu ambiente se agradece mucho), o un vaso de té o un taburete en el momento más inesperado, o una sonrisa abierta, que aunque es un gesto simple dice tantas cosas… Realmente yo sólo puedo hablar cosas buenas de mi experiencia, creo que me traigo mucho más de lo que he podido dejar allí, y podría decir que ha marcado un antes y un después, porque aunque algunos dirán que sólo han sido 12 días y que soy una exagerada diciendo esto, pero tengo todos esos pequeños detalles y a esas grandes personas muy muy presentes en mi día a día y en todo lo que hago, más de lo que me hubiera podido imaginar cuando iba a coger el vuelo destino Tánger. Así que aunque no puedo resumir todas mis vivencias y recuerdos sí que hay una palabra que lo dice todo: “Sucram” (Gracias).

 ¡Esperamos que hayáis disfrutado de estas experiencias!

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