Marruecos;
un abrir los ojos.
...qué contar de mi experiencia en Marruecos que no haya resumido en el título?
No sabes lo que te vas a encontrar hasta
que estás allí. Mucho te pueden hablar pero cada persona, inmersa en sus
vivencias y circunstancias, lo recibe de una manera distinta.
Yo estuve en Marruecos, Tetuán, en un
proyecto llamado LEN (La esperanza de los niños). Era un orfanato compuesto por
niños y niñas de diferentes edades y con millones de necesidades.
El primer día que fuimos a conocerles, fue
de toma de contacto, de situarnos en el lugar y adentrarnos en una realidad
completamente diferente. Niños que habían sido abandonados a su suerte y que lo
único que necesitaban era amor, ¡amor! Un poquito de ese exceso que nuestra
familia y allegados nos da y a veces nos agobia hasta el punto de decir “¡Ay,
no me estreses!”. Un amor que pone límites, que llena vacíos, que saca sonrisas
y a la vez lágrimas. Un amor que acompaña la alegría de tenerlo y el miedo de
perderlo. Un amor sencillo que te dice “¡Eh, estoy aquí, no estás solo!”, un
amor que acompaña, que vincula, y construye posibilidades.
¿Y lo que odiamos que nos pongan
límites? Que nos digan lo que tenemos o no que hacer, y somos incapaces de ver
su significado. “Me importas y me preocupo por ti”.
Descubrir que hay niños que por
desgracia no tienen esto te hacer pensar y valorar mucho lo que tienes. Yo
tengo una familia a la que por desgracia no doy las gracias todos los días por
estar ahí, por preocuparse por mí, por acompañarme, por llenar vacíos, por
abrirme caminos y darme oportunidades. Por quererme.
De este viaje me llevo muchísimas cosas,
pero lo que más me ha marcado ha sido el redescubrir el concepto de familia.
Tan cerca que está Marruecos, pero a la vez como es un país tan diferente. Un
país árabe donde el concepto familia cojea de lo en nuestro hogar nos han hecho
creer que era. Esas personas que te quieren tal y como eres, hagas lo que
hagas, que saben perdonarte, creerte, amarte pase lo que pase, estar contigo a
tú lado en lo bueno y en lo malo… y cómo allí ese concepto brilla por su
ausencia.
Un día fuimos a visitar a las Misioneras
de la Caridad (Calcutas) y nos contaron la labor que hacían. Una preciosa
obra donde acogían a esas madres que habían tenido hijos fuera del matrimonio
(la mayoría por violaciones) y cómo su familia les había dado la espalda. ¡No
las creían! ¿Cómo es posible que tu propia familia, sangre de tu sangre, te dé
la espalda de ese modo?
Otro proyecto que muchos de mis
compañeros hacían era en la asociación Nour, que trabajaba con niños con
parálisis cerebral. La directora de la asociación nos contó el trato que tenían
estos niños en Marruecos, “Son como una maldición para las familias, muchas les
dan la espalda”; nos decía.
La cantidad de niños de la calle que
había, que eran los que luego iban a esnifar pegamento, la cantidad de gente
pobre que había pidiendo… algo que nos puede resultar muy frecuente ver en
nuestros lugares de residencia, pero yo no me esperaba en esas magnitudes.
Niños, bebes, con madres durmiendo en la calle… algo que personalmente no he
podido soportar. Es muy curioso como hoy en día estamos “vacunados” ante esta
realidad porque, ¿Cuántas veces a la semana podemos pasar al lado de una
persona pidiendo en la calle? ¿Cuántos anuncios de niños desnutridos en países
pobres vemos continuamente? Y es que ya ni parpadeamos. ¿Hemos perdido la
sensibilidad ante esas cosas? ¿Es posible?
Es imposible resumir esas dos semanas en unas líneas pero lo que me llevo de esta experiencia es un abrir los ojos, quitarme esa venda que he llevado puesta durante mucho tiempo… desde aquí quiero impulsar una pequeña iniciativa. Creo firmemente que los granitos de todos hacen grano de arena. Animo a llevar siempre algo de comida en el bolso o bolsillo (¡una barrita no cuesta nada!) y por muchas prisas que nos lleve nuestro día a día por mucho estrés que esta sociedad nos produzca, no pasar de lado de una persona pidiendo en la calle. Dar una barrita, un chicle, unas palabras, una conversación… por muy poco que sea os aseguro que SE AGRADECE.
María Jesús Campos. Una voluntaria
buscando su camino.
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