ENCUENTRO VM 24-26
NOVIEMBRE 2017
Este último fin de semana de noviembre ha sido especial para todos los que nos hemos dado cita en la Casa Madre de las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor (FMMDP), “las hermanas”, como solemos referirnos a ellas y como uno llama a otro cuando es parte de una misma familia. Y es que ese ha sido el sentir generalizado en este reencuentro de los miembros del Voluntariado Misionero Ana Mogas: un volver a casa, un estar en familia.
Un sentimiento, además,
que no es ficticio, invención o movimiento del corazón solo de una de las
partes de este fabuloso conglomerado religioso-laical que componemos hermanas y
voluntarios. No. Es real, es palpable y es compartido. Cosa de dos, como se
suele decir. Así nos lo transmitió la Madre Rosario a través de una preciosa carta
dirigida a todos nosotros en el marco del último capítulo general de las FMMDP.
Gracias, Madre, por tu cariño y ánimo. Gracias, hermanas, por vuestro apoyo e
impulso.
Tras los calurosos
abrazos de bienvenida, las bromas y el feliz compartir del viernes por la
noche, arrancó la jornada de trabajo a la mañana siguiente. Para calentar
motores, un divertido juego dirigido por Ana. Divertido en su planteamiento,
dinámica y desarrollo pero realmente triste y preocupante en su contenido: la
riqueza del mundo concentrada en las manos de unos pocos, una escandalosa cifra
de refugiados/desplazados presentes y futuros, millones de personas realizando
trabajos forzados, la dolorosa explotación de mujeres y niños…
Después de este
despertar a la cruda realidad —pues debemos despertar a ella una y otra vez por
nuestra facilidad para poner filtros psicológicos que nos la amortiguan o
acallan—, entramos de lleno al tema sobre el que ha pivotado este encuentro:
“Viaja, disfruta, respeta”. Turismo sostenible. Después de horas de trabajo buceando
por los documentos de Naciones Unidas sobre el tema por parte de las
responsables de VM, Ana nos ofreció una visión sintetizada sobre la importancia
del sector turístico en todas sus vertientes y las líneas maestras que los
expertos de la ONU han diseñado para que su desarrollo sea una bendición para
todos (turistas y países receptores) y no un motivo de degradación y pretexto
para abusos de todo tipo.
Después de reponer
las pilas en el comedor, nos dedicamos a preparar sendos talleres para los
niños que viven en el Centro JMJ de Cáritas en el madrileño barrio de San Blas.
Nos dividimos en tres grupos (de 3 a 6 años, de 6 a 12 y de 12 a 16 años) y cada
uno preparó una dinámica relacionada con el tema del encuentro para hacer con
los chavales, un par de horas después, tras habernos trasladado a su lugar de
residencia. Allí nos esperaban dos hermanas, Reyes y Fabiola, que ahora
comparten su vida en el centro de Cáritas junto con estos chicos y sus
familias. Fue una bonita experiencia. Todos disfrutamos. Ellos y nosotros.
Y así, con el
corazón bien calentito, nos fuimos a una pizzería cercana a celebrar el próximo
enlace de Roberto y Marta, quienes quisieron invitarnos y hacernos partícipes
de su alegría. Comimos, bebimos, reímos, charlamos por los codos. Hasta la
vuelta a la Casa Madre en el metro fue una fiesta. Gracias, en buena parte, a
una vergüenza que a veces se nos despista y a un sentido del ridículo que en
ocasiones obvia hacer acto de presencia. Cosa que, al menos esta vez, fue bueno
que ocurriera.
El domingo por la
mañana, Lety nos trasladó lo tratado sobre el voluntariado en el capítulo
general de las hermanas, que se celebró este verano en Miraflores de la Sierra,
y nos leyó la carta a la que me he referido antes. Después vino el precioso
testimonio de Sonia, que pasó tres semanas en primavera en la residencia de
Benavides (León), en la que viven las hermanas mayores de la congregación. Las
agasajó con su simpatía y bondad, con riquísimas tartas y sabrosas empanadas
gallegas (¡eh, queremos probar alguna en el próximo encuentro Sonia!) y la lío
parda con el servicio de pedicura y masajes que ofreció a las residentes (¡fue
tal el éxito que hubo quien no respetaba los turnos y quería acaparar su cita y
la de la hermana siguiente!). Bueno, pues ya os imaginareis, que con estas
pequeñas acciones Sonia conquistó sus ancianos y enormes corazones.
Ya encarando la
recta final del encuentro, tuvimos un tiempo para la reflexión, la evaluación y
entrevistas. Luego, la puesta en común de estos ecos. Las nuevas voluntarias no
nos cortamos un pelo y dimos rienda suelta a nuestros sentimientos y emociones.
Sorpresa y gratitud fue el sentir generalizado de Vanessa, Cristina, María y
Clara. Ninguna dábamos crédito a lo fácil que había sido integrarse en un grupo
en el que hay personas que se conocen desde hace muchos años. Fue natural,
espontáneo y rápido, como si ya fuésemos voluntarias misioneras de Ana Mogas de
toda la vida. De ahí a la gratitud, el salto es lógico: gratitud por la
acogida, por lo vivido, por lo aprendido…
Y cuando ya
estábamos todos con el vello erizado por todo lo recogido del encuentro, llegó
el padre Eduardo para “poner la nota de color”, como él mismo dijo con su
fabuloso sentido del humor. Con él como celebrante tuve el honor de asistir a
mi primera “misa para vagos”. No os lo toméis a mal, pero es que, cuando me puse
de pie al inicio de la misa y María Garrido me dijo “no hace falta, aquí nadie
se levanta”, mi sorpresa fue mayúscula. Sin embargo, la experiencia no estuvo
mal y esta peculiar Eucaristía fue una nueva constatación de ese “sentirse como
en casa” (¡Y tanto!).
Una vez hecha la foto de grupo, fuimos todos al comedor para compartir nuestra última comida del encuentro: unos macarrones que estaban para chuparse los dedos y una animada charla llena de anécdotas y risas. Después pasamos, sin transición, a las despedidas. Muchos debían partir ya pues les esperaba un largo viaje de vuelta a casa. La frase más repetida:
“¡Nos vemos en la próxima!”.
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