lunes, 18 de marzo de 2013


 Una c          Comunidad intercongregacional en un barrio de Madrid

La opcion"inter" es una respuesta a las necesidades de nuestro mundo

En el corazón del madrileño barrio de Lavapiés, tres mujeres de diferentes congregaciones, viven y conviven con los demás vecinos, en un intento por experimentar la plenitud de la Fe en el Resucitado y aventurar nuevos caminos para la vida religiosa.

Pepa Torres, Apostólica del Corazón de Jesús, nacida en Madrid hace 48 años; Maite Zabalza, Dominica de Pamplona, de 49 años; y Marlén Martínez-Otero, Ursulina, natural de Oviedo que ha cumplido los 60, componen esta particular comunidad religiosa que, aunque podría calificarse como «de barrio» o «de inserción», ellas prefieren denominar directamente como «Comunidad Interlavapiés», por su deseo de tejer comunidad desde la diversidad en la cotidianidad de este barrio. Una diversidad, que según Marlén, te seduce, te atrapa, y te reta a ser y hacer comunidad desde el desafío de lo intercultural. Las diferencias no tienen por qué ser un obstáculo para la fraternidad, sino su posibilidad.

Lavapiés se ha convertido en un barrio multicultural y semillero de todo tipo de iniciativas sociales. En este lugar –que en su día fue refugio de obreros, modistas y cigarreras – se dan cita vecinos de toda la vida, recién llegados en busca de una vida más bohemia, inmigrantes de más de 170 nacionalidades, activistas de un sin fin de movimientos sociales y artistas alternativos.

Hace casi cinco años, al principio de venir a vivir a este lugar –cuenta Pepa Torres– me gustaba decir que Lavapiés era un “lugar político” hoy prefiero referirme a él cómo un lugar de amor. De Lavapiés te atrapa su libertad, pese a la presencia policial casi constante, y las redadas masivas cotidianas. El barrio y sus habitantes son un torrente de canto y llanto, de sueños y esperanzas, a veces rotos por la perversión de las leyes del mercado y de extranjería, y casi siempre vueltos a ponerse en pie con cada amanecer gracias a la amistad y el tejido social alternativo mestizo. Una red entrelazada por muchas gentes, en escenarios, como un «cus-cus» (comida típica marroquí) compartido, la toma de una plaza durante una protesta o una fiesta por la lucha de los manteros por el indulto o la despenalización.

En Lavapiés también habita el amor, coinciden en señalar sin pudor las tres mujeres. Las convicciones, el equipaje ideológico por bueno que sea, no valen por sí mismas para sostener los proyectos personales y comunitarios. Hacen falta vínculos amorosos y relaciones de cuidado mutuo. Este es un lugar, como tantos otros, que hace recordar que el amor cristiano, o es también político o la universalidad de su Buena Noticia queda domesticada.

La opción “inter” no es algo casual, continúa diciendo Marlén, es una corriente que está emergiendo con hondura y fuerza, aunque escasa en número, en la vida religiosa femenina. En España hay cuatro comunidades intercongregacionales. En algunas de ellas participan otras compañeras de nuestras congregaciones. Lo “inter” no es una moda, ni un esnobismo de unas cuantas “monjas raras”, es un modo de seguir dando respuesta al grito de los empobrecidos y empobrecidas hoy en nuestro mundo.

Pepa completa que la opción por lo inter es una opción de todo el cuerpo congregacional, que necesita gente dispuesta a llevarlas a cabo. Nosotras nos sentimos, desde la propia búsqueda del proyecto en los momentos iniciales hasta hoy, muy acompañadas y cuidadas por nuestras congregaciones.

Hoy somos nosotras quienes formamos parte de este proyecto, pero mañana pueden ser otras compañeras. Maite, que ha estado viviendo más de15 años en Vallecas, la mayoría trabajando en los Servicios Sociales como educadora social, conoce bien lo que es vivir en un barrio desde la perspectiva de los más invisibles. Sin embargo afirma que siempre me sorprende el modo colectivo que tiene la gente de este barrio de afrontar sus problemas, la fuerza de los imprevistos y el milagro de lo comunitario y la organización colectiva en la vida.

Marlén relata que un día cualquiera se amanece con una llamada telefónica urgente porque han detenido a algún amigo, vecino, por no tener papeles y cambian los planes para poder ir al juicio, al Centro de Internamiento de Extranjeros, o lo que sea y terminas el día con una cena-fiesta en casa porque alguien ha conseguido la residencia o es el cumpleaños de su hija en Senegal y lo quiere celebrar con nosotras, pone como ejemplo la pamplonica.

Las religiosas se sienten arropadas. Su ser y hacer comunidad tiene unos principios irrenunciables: casa y mesa abierta, hospitalidad, amistad y luchas por los derechos. «Desde ahí, se nos regala la experiencia de Dios que toma el rostro, la piel, la palabra, el grito, la risa, de nuestros hermanos migrantes, apunta Maite.

Para nosotras es fundamental la dimensión espiritual de la vida, insiste Pepa, entendemos que la espiritualidad es un modo de ser, de estar, de vivir, de relacionarnos desde la hondura del misterio que habita lo humano y el cosmos. Un modo que nos lleva a vivir sin hacer compartimentos estancos entre lo sagrado y lo profano, lo de dentro y lo de fuera, la calle y la casa, la misión y la comunidad, el trabajo y las relaciones, el ser y el hacer, lo místico y lo políticoLa espiritualidad está mas allá de las fronteras que establecen las religiones, matiza Marlén, por eso nosotras damos mucho valor y cuidamos con esmero los espacios de oración y de lectura creyente en nuestra vida, como un modo de descubrir las huellas del Resucitado, en el espesor de lo real y de escuchar sus exigencias desde lo cotidiano . En este sentido, añade Maite, la diversidad de nuestras tradiciones espirituales y carismáticas nos ayuda mucho.

Algo que está siendo una experiencia muy nueva y refrescante en sus vida son los encuentros espirituales que han empezado a celebrar con mujeres muy diversas, marroquíes, banglas, católicas, ortodoxas y agnósticas. Son unas 12 mujeres, con mucha complicidad, que el pasado 8 de Marzo cayeron en la cuenta de que compartían muchas luchas y ámbitos de formación, pero que carecían de un momento donde compartir y celebrar sus motivaciones más hondas, desde nuestras diferentes tradiciones espirituales o humanistas.

El primer encuentro lo celebraron en torno al simbolismo de la «mujer de luz», como la fuerza femenina que las sustenta y orienta en el camino de la vida. Buscaron lenguajes y símbolos inclusivos para terminar siempre esta experiencia en torno a la mesa con «comida del mundo». Nuestra vida, explica Maite, está llena de este tipo de pequeñas grandes cosas, de gestos muy sencillos que nos ayudan a vivir y a tocar con la punta de los dedos algunas experiencias de que el “reino” se va dando y que la fraternidad y la convivencia en diversidad es posible pese la violencia del sistema y la crisis que nos golpea con tanta dureza.

En medio de la dureza nacen también pequeñas iniciativas de apoyo mutuo y autogestión por parte de las mujeres inmigrantes como es el Proyecto «Bizcocho anticrisis», con una red de consumidores formada por más de 50 personas y que está permitiendo a estas mujeres facilitar la autonomía económica y afrontar la crisis, en palabras de Marlén. Son pequeños brotes que hablan de la fuerza de la solidaridad y el poder de las redes, expresa la religiosa ursulina.

La mala situación económica afecta en primera persona a esta comunidad, dos de los tres miembros de la comunidad han sido despedidas recientemente. Maite forma parte de los casi 150 educadores y educadoras sociales que el Ayuntamiento de Madrid ha resuelto liquidar de un plumazo para ahorrar presupuesto, «en esa lucha también andamos», dice la dominica, con indignación. A Marlén, que hasta ahora trabajaba en la revista «Alandar» se le ha acabado su etapa allí y se encuentra también sin trabajo.

Pepa, Maite y Marlén están también muy identificadas con las organizaciones del barrio y los movimientos sociales alternativos. Desde el inicio de nuestra llegada a Lavapiés, comenta Pepa, el acercamiento a los movimientos sociales del barrio ha sido uno de los objetivos prioritarios, tuvimos la suerte de estar en la génesis de algunos de ellos, como «La Red Ferrocarril Clandestino», Red de apoyo mutuo contra la precariedad y las fronteras, «La Asociación Sin Papeles» y «Territorio Doméstico». Hoy son mucho más que un espacio de militancia, son sus amigos y amigas, y la comunidad más amplia a la que se sienten unidas.

Entre otros proyectos en los que participan se cuenta El Centro de Acogida y Encuentro «San Lorenzo», una iniciativa arciprestal de la Delegación de Inmigrantes de Madrid, ubicado en el barrio desde hace más de 20 años; y el Proyecto de formación de Lideresas Interculturales. Al hablar de este último proyecto a las tres se les iluminan los ojos: se trata de un proyecto en colaboración con la «Agencia de Igualdad» y con «Colectivos de mujeres» del distrito en el que mujeres de diversas nacionalidades se forman juntas para ser animadoras de los otros grupos de mujeres y acompañar los primeros pasos del proceso migratorio de las recién llegadas. Se forman desde una clave intercultural y de género. «Es un proyecto precioso, un intento de descolonizar los feminismos», afirma Pepa.

«Somos conscientes que Lavapiés y sus gentes son una realidad de frontera, fuente de vida, de utopía y esperanza, pero también de sufrimiento, de injusticia, de impotencias y desgarros. Reconocemos también que el seguimiento de Jesús es “tensional” y que sólo desde las motivaciones más hondas y pasando por el Evangelio y el corazón la intensidad de la vida que se nos ofrece podemos vivir con fecundidad y alegría y a largo plazo», dicen estas tres mujeres en la entrevista en respuesta a uno de los correos electrónicos intercambiados, durante la elaboración del artículo. Ojala, por muchos años, hermanas.

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