lunes, 11 de marzo de 2013


                            “Vete y haz tú lo mismo” 
                   II ENCUENTRO, Curso 2011- 2012


   Madrid fue la sede del segundo encuentro del Voluntariado Misionero en este curso. La casa provincial de los Salesianos en el barrio de Atocha se convirtió en el punto de encuentro para los jóvenes llegados de
todos los lugares de España. Fue en la tarde noche del viernes ocho de abril cuando llegaron los coches desde Barcelona, Santiago, Salamanca, La Coruña,… Y fue durante esa tarde soleada en la capital donde los más puntuales acogieron a los hermanos que iban llegando. El encuentro empezó oficialmente en la mañana del sábado, con la oración que fundamentaría el contenido de la jornada. Fue el texto del buen samaritano el que sirvió para contextualizar el encuentro, desde la interiorización y el trabajo de cada uno de sus personajes. Como es propio de un grupo misionero, la oración dio paso al análisis de la problemática de nuestro mundo. Somos cristianos porque actualizamos el mensaje del Evangelio, y esa actualización implica reconocer los errores y las carencias de nuestros países; y sobre todo, buscar soluciones desde el espíritu de justicia y paz que propone la Iglesia y que encarnó San Francisco.

   Con una dinámica sencilla y clara, la hermana Rosario enumeró los conflictos, las detenciones ilegales, las torturas, la corrupción, las guerras, la soledad, el maltrato a la naturaleza, los racismos,… que manchan nuestra identidad humana y estropean el regalo de la creación. Colores oscuros que enseguida fueron tapados con otros más alegres que cada uno de los participantes iría aportando. Un problema, una solución es la única fórmula del cristiano comprometido que cree que otro mundo es posible. Poco descanso entre la oración y las actividades de formación (siempre en clave del compromiso que adoptamos como misioneros) hicieron de la mañana una experiencia intensa de aprendizaje en grupo, compartiendo conocimientos, experiencias y proyectos. El primer momento de ocio llegaría a la hora de la comida. La exótica carta de un
restaurante peruano provocó sonrisas y alguna que otra situación simpática. Cualquier momento es bueno para compartir y reír en un fin de semana que se hace breve al estar en familia.

   Por la tarde llegó uno de los momentos más importantes del encuentro; tocaba poner cara, con nombres y apellidos, a la teoría trabajada durante la mañana. Sabemos que cambiar el mundo siendo buenos samaritanos es posible, pero: ¿Cómo hacerlo? ¿Dónde? ¿Quién nos inspira? Para dar respuesta a todas estas cuestiones se formaron los grupos de trabajo. Se estudiaron proyectos de colectivos de Iglesia (Jesuitas, Franciscans International) y de fuera de ella (Amnistía Internacional). Todos ellos tienen algo en común: su entrega a los demás. Porque, de alguna forma, son ellos los buenos samaritanos del siglo XXI.
Y llegó el momento de salir a la calle. No tiene sentido esperar a que los necesitados vengan a la Iglesia a pedir ayuda. Es la Iglesia la que debe romper barreras mentales y físicas, trabajar en equipo, salir a la ciudad en busca de quien la necesita. Confieso la emoción que me provocó entrar en el centro de acogida de inmigrantes Puente de Esperanza, en pleno corazón del barrio de Tetuán; un espacio donde te encuentras cara a cara con la Iglesia solidaria, la que asume el mensaje de Cristo en su única traducción posible: estamos aquí para los pobres, para los que sufren. Las hermanas de distintas congregaciones entregan sus vidas a los que llegan a Madrid en busca de una oportunidad, un cambio de rumbo, y nos brindaron una calurosa bienvenida. Tuvimos la suerte de escuchar sus testimonios y de mantener un rico debate sobre la situación de la inmigración en la capital de España.

   El hermano Jaime, capuchino de El Pardo, llegó en la mañana del domingo para presidir la Eucaristía. En su homilía dejó uno de los mensajes más importantes de todo el encuentro.

   Nosotros no dignificamos a los pobres, son ellos los que nos dignifican a nosotros; pues quien pierde la dignidad es el que pasa frente a un sin techo o un inmigrante necesitado y no siente nada, aconsejó como solo lo hace el mejor amigo.

   Como es habitual, la comida de despedida, frente a la Estación de Atocha, sirvió de cierre al encuentro. Desde ahí, cada uno a su casa para dar testimonio de lo vivido y sobre todo, para empezar a poner en práctica tanto bueno aprendido, para dar forma a todas las expectativas e ilusiones.

























Gracias a todos por ser familia.

                                                                                                                         Alejandro López 

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