miércoles, 15 de mayo de 2013

Desde Marruecos, en "barcas de juguete"

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Con la vida pendiente de una balsa de juguete

La realidad de las “barcas de juguete”, como las llaman los medios españoles, es un cúmulo de historias de vida diferentes; aunque todos los pasajeros de las "toys" comparten algo, la esperanza de un futuro mejor y un pasado atravesado por las violaciones de derechos humanos.

Muchos de ellos nunca pensaron que ese camino tan peligroso sería el que les llevaría a Europa, pero es el más barato y el más asequible.

Es cierto que las pequeñas zodiacs se venden a mayor precio en el mercado negro marroquí. Una barquita de 400 kilos, que valdría 100 euros, se puede adquirir por 350. Las más grandes, de 500 kilos, pueden llegar a venderse por 500 euros. Pero aún así un grupo de siete y nueve personas puede pagarlas, los amigos se juntan, cotizan, compran sus chalecos y lo intentan. No hay grandes redes detrás de este tránsito, sólo intermediarios locales.

Salieron de sus países buscando una vida digna, con un compromiso de mejorar  la situación de sus  familias y comunidades.  Procedentes de contextos marcados por la pobreza, la falta de oportunidades y la violencia; destacando países en conflicto, y una fuerte violencia de género, se encontraron con un tránsito migratorio en el Norte de África tremendamente hostil.
Los candidatos subsaharianos a la inmigración hacen constante referencia al aumento de la represión policial en países como Marruecos, donde dicen los inmigrantes, las agresiones, muertes y violaciones se han incrementado en los últimos años.
Tánger  ha visto aumentada su población de  migrantes desde el año pasado. Un trasiego de personas procedentes de otros lugares de Marruecos para intentar el cruce por una vía, la del Estrecho, que se ha convertido en la única esperanza para muchos con pocos medios de subsistencia. “Imagínate si quieres ir en coche es carísimo, hay que sobornar a las policías de ambos lados y yo no lo puedo pagar. Así que lo único que puedo hacer es esto”, dice Pier.
Por la noche hay movimiento en los barrios, es el momento  de intentarlo. Una vez llegas a la playa, cada grupo se dispone a inflar la zodiac y a depositarla en el agua. Algunos son ya interceptados en ese punto por las autoridades marroquíes, pero muchos otros logran entrar, y comienza el momento de remar.

(AP Photo/Marcos Moreno)
Dicen que en la zodiac lo peor es que se te duerman las piernas por eso la posición del cuerpo es muy importante. Para mitigar el cansancio, a ratos ambos pies van dentro de la embarcación y en otros momentos uno de los pies va fuera, sumergido en el mar.
Tras varias horas, alternando posiciones e intentando que las palas vayan al unísono, cuando el agua empieza a entrar en la barca y el cansancio hace mella, se suceden las llamadas de socorro  en plena madrugada.
Están en medio del Estrecho, muchos de ellos dicen que llegaron al lado español y que hasta ese lado les siguieron las patrulleras marroquíes para interceptarles. “Cuando llegas a una zona que hay como una línea verde en el agua, como si estuvieses en una montaña y entonces ves claro Tarifa, ahí sabemos que estás en zona española, que hemos pasado la zona marroquí”, explica Tony, que lo ha intentado tres veces.
La realidad es que arriesgan al máximo, entrando al mar muchas veces sin tener en cuenta las condiciones meteorológicas, desesperados y con la esperanza de que la patrullera marroquí no les siga. Te cuentan que las olas son muy altas, o que hay niebla. En la mayoría de las ocasiones es difícil saber cuántas embarcaciones hay en el Estrecho porque varios teléfonos llaman desde la misma zodiac pidiendo auxilio.
Salvamento Marítimo y Cruz Roja española hacen increíbles esfuerzos en las noches donde las salidas son numerosas. Por su parte,  la Marina Real Marroquí es, la mayoría de las veces, imprevisible en sus movimientos y confusa con las informaciones que ofrece.
“No me echéis más la cuerda, no vamos a volver, no voy a volver, estoy harta de que me violéis, no puedo más”, gritaba una chica a la Marina marroquí mientras la escuchaba a través del teléfono.
Después de la emergencia nocturna aparecen en los medios el número de “toys” rescatadas en ambos lados del Estrecho. Pero tras estas estadísticas hay una realidad del día a día de personas con proyectos de vida.
“Vivimos cada día como si fuese el último, ¿conoces la canción de Corneille?, la escucho mucho y así me siento, que vivo cada día como si fuese el último”, explica David.
Es un amigo de David, Cyril, el que viene a mi encuentro, le veo de lejos y no parece tener más de dieciocho años. Esconde unas bonitas trenzas bajo el gorro, acaba de hacérselas. Comenta que el pelo trenzado en un hombre no está bien visto en Marruecos, así que se cubre para evitar agresiones.
Dice que le cuesta mucho estar en Tánger porque no tiene una vida normal. Explica que hace una semana, paseando con una nena marroquí, insultaron y escupieron a la chica otros marroquíes. “Le escupieron porque iba con un negro y yo no pude hacer nada para defenderla, me dolía el alma, pero claro, sin papeles, y en mi situación, sería aumentar el problema”, explica Cyril.
Con Cyril paseamos por el barrio, normalmente está lleno de gente, en su mayoría subsaharianos, pero hoy están las calles vacías. Todos juntos, autóctonos e inmigrantes se juntan en los cafés para ver el partido del Barça, parece como una tregua dentro de la dura convivencia.
Cyril es seguidor del Barcelona y me dice que su mayor ilusión sería ver la final en el Estado español. Me explica que en su país jugaba en la segunda división. Después comienza a contarme que no sabe nadar y que nunca hubiese pensado en cruzar el Estrecho en una pequeña barca. “Creía que cruzaría en un coche, por tierra, pero es el camino que funciona ahora y no hay otra solución”. Dice que a su madre, a la que llama cada semana,no puede explicarle que intentará cruzar en una zodiac porque sabe que se moriría de preocupación.
En ese momento recuerdo a Joseph, camerunés como Cyril, uno de los primeros en utilizar esta modalidad de cruce, y que desapareció en el Estrecho en las navidades de 2011. Su familia, como la de Cyril, no sabía nada de sus intentos por llegar a España, y sólo recibieron la llamada de los compatriotas anunciando la mala noticia.
Pero Cyril sobre todo no tiene miedo, conoce el riesgo, pero ya no puede ir hacia atrás. Estuvo una vez al borde del agua pero las olas eran muy altas. Compartía zodiac con unos amigos, a los que me conduce. “A veces en la espera en la playa el material se pierde, lo escondemos pero algunos policías marroquíes lo cogen. Sabemos que luego lo venden, y volvemos a comprarlo, pero bueno es una manera también de que ellos se ganen un sobresueldo”, declara.

(AP Photo/Marcos Moreno)
Nadie diría que Cyril y sus compañeros arriesgarán su vida de nuevo cualquier noche. Todos están sonrientes, comparten lo poco que tienen. “Cotizamos cada día, un poco cada uno, y preparamos la comida. Algunas veces harina, otras arroz”, dice David.
Hay pocas mujeres en el camino de las toys, pero allí encuentro a una de ellas. Ha estado dos veces en el agua. La marina marroquí la recogió ambas, se siente cansada pero no frustrada, tiene que seguir intentándolo.
“La primera vez estábamos en zona española, lo sé seguro, pero no teníamos el teléfono de la Cruz Roja. Entonces llegaron los marroquíes, no queríamos subir a la zodiac, les dijimos que eran aguas españolas, pero ellos dijeron que no, que Marruecos tiene dos tercios de agua en el Estrecho y que sólo un tercio es de España”, relata Aicha.
Me pregunta Aicha si los marroquíes tienen derecho a usar el “hierro”. Al principio no la entiendo, después me explica que si te niegas a subir al barco de la Marina durante el rescate, entonces te enseñan una especie de arpón y amenazan con usarlo para pinchar la zodiac.
“Algunos son amables también dentro de los marroquíes, una de las veces el comisario nos dio un trozo de pan y agua. Nos dijo que teníamos que estar contentos porque no estaban obligados a hacerlo”, sigue explicando Aicha.
Cuando son interceptados por las autoridades marroquíes, los trasladan a la comisaría del puerto. Los hombres acaban en las celdas, las mujeres y los bebés se quedan fuera. Las condiciones no son las mejores, sin mantas para el frío, y sólo a veces les proporcionan algo de comida. “Si te enfadas, si pides, si haces algún mal gesto, te pegan. Otros policías te dicen mi hermano a la próxima lo conseguirás, creo que nos entienden, a muchos de ellos también les gustaría marcharse”, explica Pier.
Después la conversación deriva hacia los que se fueron, aquellos que ya llegaron al Estado español, pero sobre todo recuerdan a los que se quedaron en el mar.
Felix perdió a cuatro compañeros el dieciocho de febrero, todos del mismo barrio. Salieron juntos de su país, atravesaron el desierto, vivieron en Marruecos, y pasaron unidos los últimos días en Tánger. Una noche sus amigos salieron con la zodiac para intentar el cruce. Felix se enteró a la mañana siguiente de su muerte, aunque nadie recuperó los cadáveres.
Llamó a las familias para informarles, una sola vez, no quiso insistir más.
“No he insistido porque no tengo pruebas que presentarles, y en el fondo siguen guardando la esperanza de que sea falso, de que algún día llamen por teléfono diciendo que están vivos. Sé que están muertos, pero sin papeles, sin cadáveres, entiendo que las familias se agarren a esa dolorosa esperanza”, comenta Felix con tristeza.
Todos tienen un proyecto de vida, de trabajo, o de formarse, de aprender porque el nivel de estudios en Europa es mucho más alto que en África. Algunos hablan de volver a su país, para invertir toda la riqueza personal de nuevo allí. “Es cuando sales de Mali, cuando te das cuenta de que no podrás moverte libremente. La libertad de movimiento está reconocida como un derecho internacional”, dice Pier, técnico frigorista.
A nadie se le escapa la crisis de Europa, no son ajenos a ella, pero siempre hacen referencia a que Africa está destrozada. “Creo que el paro de jóvenes en España es del  55%, pero es que en mi país ni siquiera tenemos capacidad para contar los jóvenes que no trabajan. Y a la vez las empresas europeas lo están destrozando todo. No somos tontos ni inconscientes”, asegura Fabrice.
También está la presión de la comunidad en origen, la familia no entiende a veces que el imaginario no es aquel con el que partieron desde  su país y se ven obligados a seguir adelante porque volver sería traicionar su compromiso con la comunidad de origen, y sería visto como un fracaso.
Pier no sólo habla de la crisis, también elabora un discurso político sobre la posición de Marruecos en la política internacional y el juego migratorio de las fronteras, de la caridad y de la ayuda humanitaria: “llegamos frente a una organización pidiendo ayuda, tienes que ir cuanto más pobre mejor, hacer ceniceros con latas, sabiendo para tus adentros que no quieres eso, que yo soy técnico electricista, pero bueno todos jugamos el juego. Tal vez hoy me den una manta o cualquier cosa, todos ganan a nuestra costa y nosotros aguantamos pensando en buscar una vida mejor. Si me preguntas si seguiremos intentándolo te digo que no tenemos otra opción”, asegura Fabrice mientras observa la reacción de complicidad de sus compañeros.

(Salvamento Marítimo)

(Salvamento Marítimo)

(Salvamento Marítimo)




(Salvamento Marítimo)

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